“Oh, girls just wanna have fun (girls, they wanna, wanna have fun, girls wanna have)”
Cindy Lauper
Me pongo a escribir este texto en movimiento, sobre una bici estática, en un cuaderno de notas desordenado donde se mezclan referentes. Mi texto tiembla y las palabras aparecen confusas, algunas se perderán. Estas palabras están formadas por líneas, formas básicas para construir estructuras. El juego con la línea nos permite generar diferentes patrones, texturas, formas y deformaciones.
Otti Berger, artista textil encargada del taller de tejido en la Bauhaus entre 1931-32, decía que lo textil, además de ser visual, tenía que ser táctil. Abogaba por una textura visual que fuera interdependiente entre los dos sentidos. En este proceso, la intimidad de la textura tejida aparece, desde los márgenes, para situarse poco a poco en un espacio común, un lugar expositivo, donde se propone el hacer desde la práctica, entretejiendo con aquello que tenemos, situándonos, siempre, en relación al otro. Reivindicando la exposición como principio. Alterar el orden de lectura, comenzar desde lo último y volver al inicio. El dispositivo de la sala propone un alto en el camino, en él confluyen diferentes afluentes que desembocan en un lugar común, en un algo diferente. La intimidad del proceso creativo se vuelve pública, se expone y se libera de la atadura de su procedencia para pasar a ser un significante en relación con otros, un párrafo que es a la vez parte y todo de un relato. ¿Cuál será el verso y el anverso de una exposición? La cara a y la cara b, el proceso y el resultado.
Una exposición se puede percibir como un conjunto de telas que se unen, se estiran, se tensan o se aflojan, generando tramas y superficies de contacto sensibles. Una almazuela o patchwork, un collage con diferentes capas, volúmenes y diferentes perspectivas posibles como si de una arquitectura portátil se tratase. En un origen el retazar era un proceso artesanal para el aprovechamiento de piezas de telas inservibles que juntas podrían conformar una colcha de abrigo, un cobertor de cama del cual procede el término tradicional, de origen árabe, Almazuela. Un símbolo de protección bajo el cual cobijarnos. Un trenzado constante de elementos que adquieren un corpus propio sin ocultar la especificidad y el origen de cada componente. La estructura o el pliegue forman parte de una constelación de gestos, resultados y actitudes que se posan sobre la presencia física, sobre la obra. Y, por otro lado, en la arquitectura, la disposición en el espacio, los raíles, la luz, las ventanas y los sonidos cobran relevancia. De cada uno se desprende una pretensión narrativa que se desarrolla a diferentes niveles, tantos como miradas. Estas son, en definitiva, experiencias que sirven de guía para confrontar público y obra.
El enredo empezó cuando los errores se incorporaron, modificando las decisiones, tal y como lo hace Teresa Lanceta trabajando azarosamente en el telar. Paisajes imaginarios. Recuerdo en mi infancia cuando intentaba hacer punto de cruz y en el anverso estaba todo ese proceso que quería ocultar, ahora pienso que quizás esa fuese la parte más interesante, los nudos y los enredos, ese desorden casual que surge sin ninguna intencionalidad. Aquellos fallos también construían estructuras y formas que conectan más con mi yo interior. La formalización de una obra es el registro consecuente del análisis, gestos que se transmiten en un paisaje que nos define, textos que se desdibujan sobre diferentes superficies que se descomponen y se mezclan con otras, se acumulan y se fusionan, los materiales se van decantando dejando un resto. En la traducción del textil a lo digital, aparecen referencias repetitivas de los materiales, otras estampas, otros pliegues, que muestran la potencialidad del tacto, pero esta vez, serán percibidas en la memoria, al recordar la textura sugerida.
Existe también un momento para lo intersticial, para zonas que parecen relegadas a componer la estructura visual del diseño de la muestra y que, sin embargo, sostienen toda la tensión que se necesita para hilar el compendio de relaciones que se dan. Como los ríos tipográficos que surgen cuando se maqueta un texto, los vacíos proponen entre sí un diálogo propio que finalmente acaba por ser tan imprescindible como aquello que se expande en suelo y pared. Es por tanto un juego de presencias y ausencias, de ocupar y de liberar, de lo que pesa y lo que no se toca. Los huecos actúan como moldes de lo que puede suceder, el negativo de la vivencia aún sin modelar.
Normalmente entendemos el hacer como el sumar, el añadir material, pero también puede ser a la inversa, el arrastre, la erosión sobre las superficies generan un rastro, un dibujo que deja visible la infraestructura de la tela, de qué se compone el material de partida, un dibujo a través del cual la luz se filtra y se transforma en sombras. La materialidad de la tela cobra presencia al igual que cuando Berger fluctuaba entre lo óptico y lo táctil experimentando “la forma en que la tela se doblaba o se arrugaba, o la sutileza de las sensaciones táctiles generadas por la lana contra el celofán” (T’Ai Smith: 2006). Estas texturas pasan a ser texto, y del texto deviene una historia, un hilar entre los pliegues y la creación que va cogiendo volumen. Unirse, encontrarse, deshilarse. Un modo de hacer desde la prueba y el error, instaurado en nuestra cotidianidad, pero muchas veces, inconsciente.
A veces usamos el parche para tapar el desgaste o el roto, sin embargo, el parche puede servir como pieza para componer, a través de la cual podemos evidenciar un vacío que puede ser atravesado por un cuerpo. Un cuerpo que decide y reflexiona sobre aquello que viste y que no es ajeno al contexto ni a las experiencias de vida. El deshilar continúa hasta el desgarro, una ruptura que paradójicamente actúa como bisagra o, a lo mejor, de unión. El textil vuelve a ser táctil, una superficie de contacto, incluso un agarre o un abrazo. Pero no hay que olvidar que, como decía Berger, desde el sentido táctil uno tiene que ser capaz de escuchar los secretos del textil. Hay que escuchar la conversación a varias voces. Así, la textura visual también reivindica el habla, haciendo que la escucha o la lectura se sitúe en el centro. Es un proceso que se trabaja en común, tejiendo un espacio compartido en el que se reclama el deshacer como práctica artística y el desbordar como una manera de convivencia.
Como tiñendo todo, se da un proceso casi ritual. Una cuestión en la que los cuerpos inducidos, presentes, evocados o visitantes, inician y completan recorridos a veces planeados y otras desconocidos e improvisados. Todo se conecta en el momento en el que es activado, pues sin eso, deja de tener sentido. Todos los elementos se rinden ante la importancia de lo que pasa entre ellos y, en ese momento, todo vuelve a empezar.
—————-
Haría es un colectivo que funciona como una hidra, un animal de tres cabezas que comparten cuerpo aunque trabajan cada una desde su propia especificidad. Este texto ha sido escrito a seis manos y tres teclados. Puedes recorrerlo de muchas maneras, eligiendo el camino directo o perdiéndote en los recovecos que se esconden tras las frases, palabras y letras. Al final del todo te invitamos a bailar con nosotras, pues tan solo queremos divertirnos.