Ez bultza egin!

¡Callarse!

Marixe Ruiz de Austri Arexolaleiba

“Los límites de mi lengua son los límites de mi mundo” Wittgenstein, L. (1961). Tractatus Logico-Philosophicus

El cuerpo se ha despertado en silencio, no ha hecho el menor ruido. Ha puesto un pie en el suelo de losas frías, pisando grietas que aún resuenan voces del pasado e imponiendo su silencio. Ha creado una escena especial en la que incluso el silencio tiene su valor, así como la posición de los pies y el sentido de la mirada. El insecto que mira por el pequeño agujero de debajo de la pared también ha notado la importancia de la semiótica en ausencia de palabras.

El cuerpo recién despertado no tiene todavía ninguna máscara, ni ruido, ni sonido, ni melodía, sólo el susurro del silencio. Como si estuviera inmerso en una guerra interna, aborda el reto que se había puesto a sí mismo en una pizarra que tiene en la esquina de la habitación, empieza a escribir. No es un reto fácil, quiere desgarrar los límites del alfabeto, pero sin crear sonido, ya que duda si la música de las letras no será demasiado despiadada para los oídos más finos.

Comienza el trabajo que se ha autoimpuesto, enumerando los elementos que componen el cuerpo.

Arruga, Cara, (re)Celo, Diente, Fachada, Fluidez, Frente, Herida, Hígado, Lengua, Mano, Nariz, Neurona, Ojo, Pelo, Plasma, Puño, Saliva, Sangre, Tensión, Tiempo.

Se queda mirando, siente una gran deficiencia. Se le ocurre que podría escribir otra lista, más allá de los elementos ocultos.

Aullido, Barullo, Corchea, DO, Estruendo, Fa, Grito, Hip-hop, Irrintzi, La, Mi, Nota, Pentagrama, Re, Rima, Ruido, Sencillez, Si, Trueno, Ulular, Voz.

Aunque crea que ha explotado los límites de la lengua y del alfabeto, todavía siente un vacío evidente, las palabras escritas permanecen en silencio si nadie las pronuncia, si nadie se atreve a alzar la voz. Puede que tengamos que mencionar el título del libro de Sarrionandia para referirnos a las palabras de esta lista; podemos decir que sufren el «malestar de las palabras». El cuerpo siente muchos pensamientos dando vueltas en la cabeza, pero como narrador omnisciente puedo comunicártelos. Advierte que necesita rimas, ordenar las palabras y darles a las palabras escritas una sonoridad mínima. Borra la pizarra y vuelve a empezar desde cero.

No tengo suficiente ánimo
para buscar el sonido
No pudiendo ver ni tocar la voz
tan solo quedo vencido
Aun queriendo saber el aspecto
color, sabor contenido
me convierto en propia frontera
en dictador elegido
puesto que ya no sé qué deciros
mejor quedo omitido

Involuntaria o intencionadamente, pero le ha dado la forma de un verso, aunque sólo lo haya escrito; no lo ha cantado. Además, no ha metido las manos en el bolsillo delantero de los pantalones irguiendo la espalda, ni ha cruzado los brazos en la parte posterior de la misma –la cual es considerada una postura alternativa–, como hacen los mayores para mantener la espalda erguida. El lector puede pensar que ha escrito el verso pensando en una melodía, pero puedo asegurarle que no.

Ha utilizado una metodología más fría y rígida: en la pizarra ha escrito cuántas sílabas tiene que tener cada fila (apuntando la secuencia 10-8-10-8), y después de escribir el último punto ha escrito una breve lista de rimas en un extremo (4, ni una más de las necesarias), siempre teniendo en cuenta la familia de rimas (b-g-r-d es fácil de olvidar, pero hay miradas inolvidables, que permiten no olvidar la palabra de la mirada y acordarse de la familia de rimas).

A pesar de hacer todo lo expuesto anteriormente, el cuerpo sigue sin voz. En esa habitación, desde el momento en que ha pisado la primera losa se ha oído un único sonido: el de la tiza que hace rozar contra la pizarra. No se oye sonido alguno, el cuerpo no tiene fuerzas para sacar la voz al campo de juego. Ante esta imposibilidad, visualiza un factor externo que le puede ayudar en su tarea: el ordenador que está sobre la mesa. Lo enciende y pone “base de rap” en el buscador. El aparato ha encontrado cientos de miles de melodías, pero no quiere oírlas para no romper el silencio. Cierra los ojos, mueve el ratón y hace clic en una de ellas.

La música se adueña de todos los rincones, para quedarse en ellos. Al cuerpo también le llega a los oídos y se le mete en el cerebro. Aun sin hacer ruido, empieza a mover las piernas al ritmo de la música, a agitar la cabeza a los lados y de arriba abajo, a soltar los hombros. Pero no ha cantado, no ha rapeado. No obstante, puedo asegurar que en su cabeza ha creado un rap siguiendo el ritmo, que dice así:

Rompí el silencio en cuanto nací,
nada más ver la luz lágrimas me caían
la sonrisa de mi madre sentí
en mis antípodas todos sonreían.
Un nombre le pusieron a mi cuerpo
sin tener yo voz, el que quisieron según recuerdo
sin tener aún capacidad de acuerdo
después también me la quitan, la pierdo.
Lo oí todo hasta que aprendí a hablar
aunque la mayoría de las veces no entendiera
demasiadas preguntas quería contestar
el querer tener voz hacía que me rindiera.
En el mundo donde el ad hominem es doctrina
el vacío de algunas palabras llegué a percibir
nos han enseñado que el silencio es disciplina
como si no tuviéramos nada más que decir.
Siempre ha tenido más calidad
en nombre de la verdad la epistemología
aunque la línea marcada por la autoridad
se base en la prueba más vacía.
Todo lo aprendido ha sido parcial
historia, literatura, filosofía
ello no convierte todo en banal
sino que muestra el deseo de supremacía.
Niño, adolescente, joven, anciano
de callarte tendrá la fuerza alguno
aunque tengas que oír su hablar anodino
al final no querrás hablar, pero no será tuyo solo ese destino.

Parece que se ha cansado del ruido y se ha acercado al ordenador para detener el maldito sonido. Se ha cumplido su deseo, por lo que se ha sentado en la silla marrón de madera vieja que se encuentra en la parte izquierda de la habitación, con un gesto de tranquilidad dibujado en su cara. Se da cuenta de que no puede repasar lo que ha dicho en el rap pues no lo ha escrito. Ha puesto en marcha una grabadora, pero sólo se puede oír la base, pues como ya he dicho, no ha cantado nada en voz alta, aunque la emoción de la vibración le ha llegado a todos los resquicios del cuerpo. El bicho que permanece en el mismo lugar no ha notado que se haya roto el silencio, pero su cuerpo ha liberado uno de los nudos internos, que más tarde le facilitará deshacer el vacío del oído de todos los que están en la habitación.

Se dice que la voz, por su parte, no tiene conciencia propia, que necesita de un cuerpo para poder realizarse; o no. El cuerpo, en cambio, no necesita de la voz para ser, es cuerpo, con voz o sin voz, aunque algunos lo pueden entender como una carencia. El lenguaje no es algo que se desarrolle exclusivamente a través de la voz, limitarse a ello sería un error, una necedad. Existe un lenguaje gestual, y, en general, gran parte de esos gestos se expresan mediante el movimiento del cuerpo, mediante la postura, mediante la expresión del rostro, y en cada cultura tienen su propio significado. El cuerpo piensa en ello, y mientras piensa en los límites del lenguaje (según Wittgenstein serían los límites del mundo) se le cruza por la cabeza una idea. Se le ha ocurrido que hay cuerpos que no son de carne y hueso, que hablan a su manera (creados por cuerpos de carne y hueso), como las esculturas. En muchas de esas obras de arte, además, el significado no se limita al propio cuerpo, sino que son los huecos que éste deja los que con frecuencia guardan el mensaje, testigo de ello es Oteiza.

Esto le lleva a pensar que en los cuerpos de carne y hueso puede ocurrir algo parecido, y, por tanto, cabe resaltar que más que la presencia del cuerpo, es su ausencia lo que nos hace entender aquello que se quiere decir, teniendo en cuenta en todo momento que esta ausencia no requiere necesariamente de una existencia previa.

Se levanta de repente y abre el primer cajón de la mesilla azul que está al lado de la cama de la habitación. Saca un par de condones y los toma por indicadores de la falta de sexo de los últimos meses. Acaricia una foto amarillenta de su hermana fallecida. Estos dos elementos tan simples llevan al cuerpo a una conclusión: la presencia de un objeto/sujeto indica implícitamente la ausencia de otro objeto/sujeto.

Después saca un cuaderno, recuerda quién se lo regaló y cuándo (su expareja en el tercer aniversario, para que hicieran algo parecido a un diario), lo abre y descubre unas pocas palabras en la primera página; a partir de ahí, todas las páginas están en blanco.

Eso lo lleva a otra conclusión: la presencia parcial de un objeto indica implícitamente la ausencia de otro sujeto/objeto a partir de un punto.

Después, cierra el cajón y coge el vaso de cerámica que está bajo la mesilla, en el que ve los restos del té de ayer en el fondo. Entonces se da cuenta de que, además de las dos conclusiones anteriores, podría concluir una tercera, la más evidente: la ausencia de un sujeto/objeto indica la falta de su propia presencia. Piensa que eso es evidente, pero, en cierto modo, hay que mencionarlo. Y desde aquí ha orientado la pregunta que le ha llevado a la siguiente reflexión: ¿qué garantiza la presencia de un sujeto/objeto? Es decir, ¿qué requisitos hay que cumplir para poder confirmar que algo/alguien está presente?

El cuerpo reflexiona sobre su presencia. Cree que su presencia podría basarse en la percepción que tienen los de alrededor, y queriendo demostrarlo comienza a observar la habitación. ¿Qué presencia ve en la habitación que en relación pueda demostrar la suya? Con paso firme pero lento comienza a observar los rincones de la habitación, y allí encuentra un ser, en apariencia efímero e insignificante, que puede dar respuesta a su pregunta: el bicho que mira la escena desde la grieta de la pared. Se le acerca lentamente, mirando ininterrumpidamente, y de pronto el bicho retrocede, volviendo a su pequeña cueva. En ese momento se da cuenta: para ese ser vivo está presente; por lo tanto, en general, está presente universalmente.

Sabiendo esto, se aferra a la fotografía de su hermana fallecida que antes ha sacado del primer cajón de la mesilla azul, y la mira firmemente. Sin embargo, el rostro alegre de la fotografía no ha sufrido cambio alguno, permanece igual. Los ojos le siguen brillando, el flequillo no se le ha soltado, la marca de chocolate que tiene alrededor de los labios no se ha borrado, aun habiendo intentado limpiarla con el dedo de esa parte de la fotografía, la mancha del vestido verde sigue ahí, el helado que tiene en la mano aún no se ha derretido, a pesar del calor que hace en la habitación… Le queda claro que un ser vivo puede confirmar su existencia, pero que no puede hacer lo mismo un objeto inerte en el que aparece un ser vivo.

Por lo tanto, el cuerpo sabe que ahora tiene presencia, al menos para los demás, aunque tiene en él algunas carencias que no aparecen como vacíos en la realidad física. Sabiendo todo eso, se traslada a la relación que tiene con su voz. Sabe que tienen problemas, que no es un toma y daca, que ha pasado un tiempo desde la última vez que tuvieron contacto en la proyección extracorpórea. Pero ahora está tranquilo, a sabiendas que el propio cuerpo puede expresarse sin tener que decir, cantar o escribir ni una sola palabra. A ti, lector, te lo ha dicho todo sin hacer ruido, sin sacar ni una sola palabra más allá del cuerpo. Eso le es suficiente. Se ha dado cuenta, quizá más tarde de lo necesario, de que no hace falta romper literalmente el silencio para tener voz.